domingo, 3 de septiembre de 2017

HISTORIAS DE AYER ( Y DE HOY ).


Con el asentamiento y la roturación de los campos nace el sentido de la propiedad y asoman las orejas del nacionalismo y de la guerra. El hombre neolítico desarrolla una economía de producción que sustituye a la de mera subsistencia propia de sus abuelos, los cazadores recolectores. Se impone la división del trabajo y el agrupamiento en poblados permanentes. 
Los antiguos nómadas, cuando reciben el beneficio de la civilización, se hacen sedentarios, planean el trabajo, riegan escardan, cavan, esquilan. Es una vida trabajosa, pero, en cambio, si la cosecha o el rebaño no se tuercen no se pasa hambre en invierno. Incluso se producen excedentes.

Excedentes: atención a este concepto, es decir, comida sobrante, graneros llenos, despensas con carne ahumada. Estos excedentes, juiciosamente administrados, generan una plusvalía.
La vida en los poblados genera una sociedad más compleja. Los individuos más despabilados controlan los excedentes de producción y se erigen en régulos o jefes; también los podríamos denominar caciques o caudillos, o padrinos, incluso capos. 
Una sociedad que hasta entonces presentaba una clase única, la de los pobres, se va diversificando en pobres y ricos, con los imaginables grados intermedios de riquillo y de pobre con posibles. Los verdaderamente ricos adquieren armas (el metal, al principio, es escaso y caro) y contratan guardaespaldas, lo que los convierte en más poderosos todavía frente a sus conciudadanos pobres. El pobre no tiene más remedio que buscar la protección de algún rico a cambio de obedecerlo y pagarle en trabajo o en productos.

El régulo, que comienza de matón de aldea, cuando el tiempo y la riqueza lo pulen, funda una monarquía hereditaria legitimada por el brujo o sacerdote del poblado, el gran embaucador capaz de convencer a la comunidad de que los dioses desean que unos pocos ciudadanos vivan regaladamente a costa del resto.
Esta evolución de la sociedad viene determinada por el progreso técnico. 

El lector habrá oído hablar de la Edad de la Piedra, de la Edad del Cobre, de la Edad del Bronce y de la Edad del Hierro. La clasificación proviene del director del museo de Copenhague, don C.J. Thomnsen, quien, en 1836, ideó una manera fácil de ordenar los objetos expuestos en su museo por antigüedad según el material utilizado. Así comenzó con la Edad de Piedra, que se inicia hace más de un millón de años, sigue con el Cobre, el Bronce y acaba en el Hierro. Apurando la clasificación podríamos decir que ahora vivimos en la Edad del Plástico.

Juan Eslava Galán. Los iberos.

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