martes, 25 de julio de 2017

ACTUALIDADES.


Entre los rasgos característicos de la mentalidad moderna, tomaremos aquí primero, como punto central de nuestro estudio, la tendencia a reducirlo todo únicamente al punto de vista cuantitativo, tendencia muy marcada en las concepciones «científicas» de estos últimos siglos, y que, por lo demás, se destaca también claramente en otros dominios, concretamente en el de la organización social, de suerte que nuestra época casi se podría definir como siendo esencialmente y ante todo el «reino de la cantidad».

Por lo demás, si escogemos así este carácter preferentemente a todo otro, no es únicamente, ni tampoco principalmente,porque es uno de los más visibles y de los menos contestables; es sobre todo porque se presenta a nosotros como verdaderamente   fundamental por el hecho de que esta reducción a lo cuantitativo traduce rigurosamente las condiciones de la fase cíclica a la que la humanidad ha llegado en los tiempos modernos, y porque la tendencia de que se trata no es otra, en definitiva, que la que conduce lógicamente al término mismo del «descenso» que se efectúa, con una velocidad siempre acelerada, desde el comienzo al fin de un Manvantara, es decir, durante toda la duración de manifestación de una humanidad tal como la nuestra. 
Como ya hemos tenido frecuentemente la ocasión de decirlo, este «descenso» no es en suma más que el alejamiento gradual del principio, del origen necesariamente inherente a todo proceso de manifestación.

En nuestro mundo, y en razón de las tendencias y condiciones especiales de existencia a las que está sometido, el punto más bajo reviste el aspecto de la cantidad pura, desprovista de toda distinción cualitativa.

Lo que importa notar muy particularmente, tanto para evitar todo equívoco como para darse cuenta de lo que puede dar lugar a algunas ilusiones, es que, en virtud de la ley de la analogía, el punto más bajo es como un reflejo oscuro o una imagen invertida del punto más alto, de donde resulta esta consecuencia, paradójica en apariencia solamente, de que la ausencia más completa de todo principio implica una suerte de «contrahechura» del principio mismo, lo que algunos han expresado, bajo una forma «teológica», diciendo que «Satán es el mono de Dios». 
Esta precisión puede ayudar enormemente a comprender algunos de los enigmas más sombríos del mundo moderno, enigmas que, por lo demás, él mismo niega porque no sabe percibirlos, aunque los lleva en él, y porque esta negación es 
una condición indispensable del mantenimiento de la mentalidad especial por la cual existe: si nuestros contemporáneos, en su conjunto, pudieran ver lo que les dirige y hacia lo que tienden realmente, el mundo moderno cesaría de existir inmediatamente como tal, ya que el «enderezamiento» al que hemos hecho alusión frecuentemente no podría dejar de operarse por eso mismo; pero, como este «enderezamiento» supone por otra parte la llegada al punto de detención donde el «descenso» se cumple enteramente y donde «la rueda cesa de girar», al menos por el instante que marca el paso de un ciclo a otro, es menester concluir de ello que, hasta que ese punto de detención se alcance efectivamente, estas cosas no podrán ser comprendidas por la generalidad, sino solo por el pequeño número de los que estarán destinados a preparar, en una u otra medida, los gérmenes del ciclo futuro. 

Apenas hay necesidad de decir que, en todo lo que exponemos, es a éstos últimos a quienes siempre hemos entendido dirigirnos exclusivamente, sin preocuparnos de la inevitable incomprehensión de los demás; es verdad que esos otros son y deben ser, por un cierto tiempo todavía, la inmensa mayoría, pero, precisamente, es solo en el «reino de la cantidad» donde la opinión de la mayoría puede pretender ser tomada en consideración.

René Guenon. El reino de la cantidad y los signos de los tiempos.

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