viernes, 2 de septiembre de 2016

ANTROPOMANÍAS.


El temor a los posibles castigos que podían ser infligidos por dioses descontentos condujo al hombre a realizar sacrificios humanos, pues ninguna víctima podía ser más apreciada por las divinidades que sus propios hijos, hechos a su imagen y semejanza. Por ello, los sacrificios humanos fueron frecuentes en muchas culturas de la Antigüedad.


En las más antiguas civilizaciones del Próximo y Lejano Oriente ya están presentes todas las formas de sacrificios humanos: el enterramiento de niños vivos para proteger y consagrar edificios, la ofrenda de prisioneros a los dioses de la guerra, el ahogamiento de doncellas para honrar a los dioses de los ríos, los sacrificios para conjurar alguna calamidad de la Naturaleza o para borrar pecados, los sacrificios humanos para proveer al rey muerto de servidores que le atendieran en el más allá y, sobre todo, las ofrendas anuales a los dioses de quienes dependían las buenas cosechas o una caza abundante.

Los escitas (que habitaron al norte del mar Negro y del
Cáucaso) mataban a todos los cocineros, a los mozos de caballos, a los criados reales, a sus mejores caballos y a numerosos jóvenes para que acompañaran al difunto rey en el Más Allá. 
También, según Heródoto, sacrificaban regularmente a uno de cada 100 prisioneros capturados en el campo de batalla.
 En 1927, durante las excavaciones efectuadas en la ciudad de Ur de Caldea, a unos 200 kilómetros de la antigua Babilonia, se encontraron en las tumbas de sus reyes otros cadáveres pertenecientes a soldados y servidores, datados en 3000 a.C.

Los chinos, durante la última parte del segundo milenio a.C., sacrificaban a miles de personas en cada funeral real. La práctica fue prohibida por los Tcheu (1023-257 a.C.), por lo que las personas y animales auténticos fueron sustituidos por figuras de cerámica. 
En el 210 a.C., a la muerte del emperador Ts´in Che-Huang-Ti, 6.000 estatuas que representaban soldados y caballos fueron enterradas cerca de su sepulcro.



Julio César, en su Comentario a la Guerra de las Galias
describió los sacrificios humanos de los druidas celtas:


"Ciertos poblados tienen maniquíes de proporciones colosales hechos de mimbre, que se llenan con hombres vivos y luego se les prende fuego y los hombres son presa de las llamas. El suplicio de aquellos que han sido
sorprendidos en delito flagrante por robo o bandolerismo o después de haber cometido algún crimen es juzgado más placentero para los dioses. pero cuando no existen suficientes víctimas de este tipo, no temen sacrificar a inocentes".


Estas víctimas eran inmoladas en honor a Taranis, dios del cielo y del trueno. Para honrar a Tutatis, dios de la guerra, se ahogaba a seres humanos en un barril de agua. Esus exigía que se ahorcara a sus ofrendas de seres humanos.


Manuel Moros Peña. Historia natural del canibalismo.

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