domingo, 20 de marzo de 2016

BUROGRACIAS.

El primer ensayo de David Graeber titulado “Zonas muertas de la imaginación, un ensayo sobre la estupidez estructural” es tremendamente lúcido. 
Partiendo de la realidad más absoluta y empírica (el calvario surrealista de papeleos y reuniones con burócratas que supuso para él hacerse cargo legal de su madre, muy enferma, de cara a las administraciones y los bancos), Graeber comienza por resaltar verdades como puños: la burocracia es un proceso estúpido, es sencillamente kafkiana. 
Ya era kafkiana en tiempos de El proceso, hace un siglo. O hace medio, cuando Gosciny escribió la Casa de los Locos en las 12 pruebas de Asterix.

Todos la hemos sufrido, todos estamos atrapados por ella, todos nos chocamos con su inhumanidad, su arbitrariedad, su complejidad absurda. Ahora bien ¿por qué?
La clave, obviamente está en la violencia. La violencia estructural. 
La policía, producto del estado-nación liberal, se ha establecido a través de la ficción como una figura mítica de acción cuyo monopolio de la violencia es necesario en cuanto mantiene la paz y el orden. Figuras como James Bond o Sherlock Holmes representan los arquetipos de burócrata heroico, pese a apariencias opuestas en sus personalidades (mujeriego el uno y drogadicto el otro, profesional y amateur, agente del gobierno o detective privado).
Pero en realidad la policía raramente se dedica a resolver crímenes escabrosos o a detener la violencia, sino que son en realidad funcionarios con pistola que se dedican a poner multas, realizar inspecciones, dar partes de accidentes, ejecutar desahucios. 

Burocracia. Armada, pero burocracia. En realidad (y esto vale también para despachar rápidamente las cuestiones acerca de cómo se trataría la violencia en una sociedad sin policía) cuando la violencia estalla a niveles de película de TV, la policía raramente actúa. La mera “amenaza de violencia”, la razón que da tener en el fondo la preferencia en el lado del monopolio de la violencia, es lo que sostiene toda la aplicación burocrática:
El término crucial aquí es fuerza, como en “el monopolio estatal del uso de la fuerza coactiva”. Siempre que oímos esta palabra nos hallaremos ante el empleo de una ontología política en la que el poder de destruir, hacer daño a otros o amenazar con romper, dañar o machacar los cuerpos de otros (o encerrarlos en una diminuta celda durante el resto de sus días) se trata como el equivalente social a la energía que impulsa el cosmos. 

Contemplemos, por ejemplo, las metáforas y sublimaciones que hacen posible la construcción de las dos siguientes frases:

“Los científicos investigan la naturaleza de las leyes naturales a fin de comprender las fuerzas que rigen el universo.”

“Los policías son expertos en la aplicación científica de la fuerza física a fin de hacer cumplir las leyes que rigen la sociedad”.

Grupo Tortuga. La utopia de las normas.

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