martes, 4 de febrero de 2014

ECOS DE SOCIEDAD.

En la Edad Media se trabajaba más pausadamente y menos horas. La llegada del capitalismo supuso la aceleración del ritmo de trabajo, el perfeccionamiento de la disciplina laboral y la disminución del tiempo libre de los trabajadores.

Es cierto que la ciencia y la racionalización de los procesos productivos han incrementado espectacularmente la productividad, permitiéndonos realizar en menos tiempo lo que antaño requería interminables jornadas de gran esfuerzo físico o mental. Pero siguiendo esta fantasía del progreso, suele pensarse que el avance científico-tecnológico nos ha permitido rescatar tiempo para nosotros mismos y que ahora trabajamos menos que nuestros antepasados. 

Esta imagen, sin embargo, no coincide con la experiencia actual de millones de personas que aseguran carecer de tiempo libre una vez acabado el trabajo y las obligaciones domésticas. Ni tampoco se asemeja a la lectura que algunos historiadores realizan de la Edad Media, ese periodo de la humanidad a menudo desconocido y menospreciado por el injusto estereotipo de "edad oscura" que automáticamente se le asigna.

Según algunos historiadores antes del capitalismo el cómputo total de las horas trabajadas era inferior, el ritmo de trabajo más relajado, alternado con momentos de esparcimiento, y despreocupado por criterios como la eficiencia o la productividad.  
El calendario medieval, por ejemplo, estaba repleto de días libres. Las fiestas religiosas incluían las navidades, las pascuas, vacaciones durante parte del verano y numerosos días festivos en conmemoración de diferentes santos.

Asimismo, está documentado que existía gran permisividad para celebrar con relativa frecuencia momentos especiales de la vida individual, tales como bodas o bautizos, o de la vida colectiva, como tradiciones locales más allá de las oficialmente reconocidas por la iglesia. 
Se calcula que la media de tiempo libre en el Reino Unido, Francia y España era de aproximadamente 100 días, 180 y 150 respectivamente. 
En todo caso, conviene que el lector sepa que estos cálculos son aproximados y sujetos a error, pues sólo del pasado reciente existen datos exhaustivos sobre este asunto.

De hecho, esta despreocupación por el registro de los acontecimientos representa la actitud propia del universo medieval frente a la máxima moderna de archivarlo todo, de ubicar cada elemento en un espacio y en un tiempo concretos a fin de incrementar el control, la eficiencia y la productividad.

La economía pre-capitalista estaba inscrita en los ritmos de una sociedad predominantemente agraria, modesta y humilde, desconocedora de la abundancia material y tecnológica de la que disfrutamos en la actualidad, pero rica en tiempo libre. 
La conocida sentencia "el tiempo es oro", popularizada al parecer por Benjamin Franklin, describe perfectamente la actitud moderna hacia el trabajo y la productividad, mientras que se opone diametralmente a la parsimonia característica de etapas pre-capitalistas.

Según el medievalista francés Jacques Le Goff, en la conciencia cotidiana del individuo medieval no encontramos las unidades temporales que articulan nuestra vida actual. Conceptos tales hora, minuto o segundo; puntualidad, productividad o medidas para ahorrar tiempo en la realización de una tarea no formaban parte del imaginario laboral del hombre medieval. Por el contrario, lo común por entonces era una vaga percepción del tiempo y un desinteres por medirlo meticulosamente.

La preocupación por el control del tiempo de trabajo vino más tarde con el desarrollo del capitalismo, motivada principalmente por el objetivo mercantil de aumentar la productividad, es decir, el número de bienes producidos por unidad de tiempo. 
Este cambio sustancial en el modelo económico trajo consigo un incremento de las horas anuales de trabajo, principalmente durante la revolución industrial, momento de la historia donde diversos historiadores sitúan el máximo de horas anuales trabajadas.

De hecho, la actitud del hombre medieval hacia el trabajo dista mucho de la nuestra, moldeada durante siglos: primero por la ética protestante que presentaba el trabajo disciplinado como un indicio de salvación divina, y segundo por una ética hedonista del consumo, que representaba el trabajo como el medio para alcanzar el "sueño americano" y la realización personal mediante la acumulación de bienes materiales.

Se sabe que la conciencia medieval contemplaba el trabajo como un medio para satisfacer las necesidades inmediatas. Por ello, una vez cubiertas éstas, aquél perdía todo su sentido: el trabajador medieval era principalmente un trabajador intermitente e irregular, que vendía su fuerza de trabajo sólo los días necesarios para ganarse el sustento. 

De hecho, al comienzo de la Revolución industrial, cuando las gentes del campo emigraron a las ciudades para trabajar en las fábricas, los empleadores constataron rápidamente y para su desgracia que esta ética medieval del trabajo estaba muy arraigada entre sus nuevos empleados. La pereza, la impuntualidad o el absentismo laboral crecían cuando los trabajadores recibían su salario, que por lo general se pagaba a diario. 
No tardaría en llegar el salario semanal o mensual para poner freno a estas indisciplinas que lastraban el ritmo y la calidad de la producción.

Samuel R.

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