sábado, 9 de junio de 2012

GANADERÍA.


La política, al igual que la religión, nos ofrece una interpretación de la vida en general, y de la naturaleza humana en particular, muy diferente a cómo en realidad es y de cómo verdaderamente funciona, gracias a su engañosa visión idealista. Un idealismo nada inocente ni cándido, sino, más bien, todo lo contrario, pues sobre él se cimientan los muros de nuestra prisión interior.

Comprender esta verdad y saber que todo lo que nos propone la política (igual que la religión, la economía…) no son más que puras quimeras, ilusiones irrealizables, falsas esperanzas, no nos debe llevar al abatimiento o a la desesperación, sino a plantearnos y a vivir nuestra vida de una forma muy diferente a cómo, hasta ahora, han querido que nos la planteáramos y la viviéramos, es decir, sin vivirla; pues mientras, seducidos por sus mentiras, esperábamos su ideal, su paraíso, renunciábamos a vivir nuestra vida, aceptando vivir para ellos.

Hablemos claro, el poder y los hombres que lo ejercen sólo tienen un objetivo: nuestro sometimiento, para lo cual, la bondad y la honestidad son características que no se pueden permitir, básicamente, porque ningún hombre bondadoso u honesto desearía tal objetivo, es decir, la supeditación del resto de los mortales a sus deseos. Por el contrario, sólo la perfidia y la mentira son útiles para la consecución de un fin así.
El ejercicio del poder y de la dominación es lo más pernicioso que puede existir para el pleno desarrollo de otras vidas. Obligar a un ser humano a someterse es como obligar a un árbol a truncar su crecimiento; como cortarle las alas a un pájaro.

Aceptar voluntariamente la lógica del poder (dominación-sometimiento), llegando incluso al esperpento de adorar a los hombres que lo ejercen (capaces de todo lo peor con tal de mantenerse en su privilegiada posición), es la manera más común de engañarse a uno mismo y a la propia conciencia, para justificar la aceptación de un perverso contrato, cuya única finalidad es la renuncia al objetivo principal de toda vida humana, es decir, la renuncia al desarrollo pleno y libre de nuestra existencia; es una manera de taparnos los ojos para aceptar más cómodamente la voluntaria decisión de morir en vida. Una decisión contra natura, que dice mucho de la condición de la especie humana.


El encumbramiento de los hombres de poder, y, con ello, la aceptación voluntaria del sometimiento, es lo más parecido que puede haber a un suicidio. Sin duda alguna, es algo que debería ser condenado como un crimen contra lo más profundo de nuestra esencia humana.

Antiimperialista blog.

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