miércoles, 31 de agosto de 2011

La maternidad-paternidad como factor de regeneración social

(Fragmentos)

La perturbación planificada del acto genésico humano es una de las señas de identidad de nuestra época. El feminismo como integrante de las estructuras del Estado ha sido el principal instrumento de la desvalorización y acoso a la maternidad, un asalto a la conciencia y la existencia femenina que impone la desnatalidad como negación de la libertad de la mujer y el odio a la fertilidad como odio a sí mismas y a lo femenino en general.Por ello, la desnatalidad es hoy inducida desde las instancias del Estado, como un instrumento de modificación de la propia condición humana en tanto que humana y su recuperación es, de forma objetiva, un elemento de regeneración de la sociedad y la civilización, de limitación de la barbarie que impone el poder en forma de conductas depredadoras e hiperconsumistas, inmorales y descreídas, irreflexivas y nadificadoras.

La alienación se extiende también a la crianza trastornando y desquiciando la función maternal y paternal cuando existe. La intervención permanente en la educación por parte de los “expertos” que arrebatan a los padres sus propias responsabilidades, usurpan un espacio de la libertad elemental de los individuos y llenan de catecismos esterilizantes e ideas absurdas las mentes de los genitores, ha creado un colosal cataclismo en las pautas de crianza.

Se desautorizan todos los conocimientos que pertenecen a las relaciones horizontales y que antes eran el alimento de las nuevas generaciones, así como los extraídos de la propia experiencia y reflexión, del conocimiento práctico y el sentido común y son sustituidos por dogmáticas construcciones académicas que fomentan los miedos, complejos y angustia ante una función que debería ser natural, que crean parálisis y dejación de las obligaciones parentales.

Pero pensar la maternidad sin el correlato de la paternidad es una incoherencia pues la realidad humana es sexuada y la realidad de la reproducción humana es que necesita de la colaboración de los dos sexos. Reconociendo que hay muy diversas formas de ejercer la crianza de la prole humana que son legítimas y benéficas, siempre que se basen en el amor, se ha de admitir que la más común de todas es la relación triangular entre una madre, un padre y los hijos. Es esta última la que ha sido hostigada con fiereza por las corrientes neopatriarcales del feminismo para las que “padre” es sinónimo de “represor” y creador del “orden simbólico” que ata a las mujeres al patriarcado.

El padre aparece como el artífice del robo de la maternidad verdadera y la libertad femenina, el que expolia a la mujer de su prole y la reduce a recipiente de la gestación. De esta forma se achaca al varón la responsabilidad de un orden que se fundamenta, no en la biología, sino en las estructuras políticas del poder de las que emana el patriarcado (la sumisión antigua de la mujer) y el neopatriarcado (la moderna discriminación femenina).

En las sociedades de la modernidad tardía la función paterna ha sido trastocada de forma profunda, el padre es hoy un no-padre que imita a una madre (que tampoco sabe cómo ser madre) lo que está produciendo trastornos innegables en las criaturas que se manifestarán en los próximos decenios. De entre estas perturbaciones serán, sin duda, aquellos elementos relacionados con la identidad, la construcción de un yo singular equilibrado entre su interioridad y su vinculación objetiva al mundo, la posibilidad de superar el egocentrismo y la construcción de los elementos sexuados de la personalidad los más afectados por esa pérdida.

La negación de la aportación del varón a los cuidados de la prole y la desaparición a la par de la trama de las relaciones de apoyo mutuo forman parte de un mismo proceso que aísla a la mujer madre, impide su desarrollo como persona, la expulsa de la vida social y política y la margina de la forma más brutal, de manera que la maternidad queda convertida en una experiencia trágica, sombría y destructiva.

En conclusión, si no lo remediamos, el gran cataclismo que supone la desnatalidad traerá, entre otras muchas consecuencias, tanto la destrucción del sujeto como la destrucción de los hombres, las mujeres y los niños, alterando tan profundamente sus ideas, conductas y deseos que el ser personal de los individuos estará en vías de desaparición en unos pocos decenios, constituyéndose un subhumano que será criatura del poder, pero no de sí misma. La posibilidad de frenar las fuerzas exterminacionistas y devastadoras que se ciernen sobre la condición humana depende de que asumamos la responsabilidad individual y colectiva de recuperar nuestra humanidad y luchar por ella.

Prado Esteban Diezma.





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